Corrían los años sesenta, entre el hipismo y la sensatez del gobierno de un cordobés llamado Arturo Illia. La ironía que escondía el fuego de aquel sol que amanecía sobre las vías del ferrocarril Urquiza cuya cabecera se ubica en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Un sol que había sido testigo de una gran discusión que terminó en tragedia. Se trataba de una joven pareja que rondaba los treinta años. Él era empleado en la estación Arata de ese ferrocarril, y ella trabajaba como florista en un pequeño puesto frente al cementerio de la Chacarita, lindero a la terminal de dicha estación. Ambos de clase muy baja, luchadores, trabajadores incansables. Tenían proyectos de una vivienda propia, ya que alquilaban un humilde departamento sobre la calle Warnes, a la altura de la avenida Elcano. Nunca nadie había hablado con ellos, solo los veían pasar por la calle, mudos y de la mano. Nadie sabía donde iban ni cuándo regresaban. Se dice de un hombre que trabajaba en un puesto de diarios y revistas de la cuadra, que aseveraba haber presenciado una discusión entre ambos, pero desconocía el motivo y mucho menos intuía lo que pronto sucedería. En medio de la pelea, ella comenzó a correr, enfurecida. Se la notaba fuera de sí y detuvo su carrera sobre las vías. En ese momento, el tren que llegaba a la estación Arata, procedente de General Lemos, no logró frenar su marcha. El maquinista, desesperado y haciendo sonar inútilmente su bocina, fue quien vio por última vez el rostro angustioso pero desafiante de aquella mujer. Esa formación de cuatro vagones arrasó con la vida de ella.
El viudo, inmensamente acongojado, enterró a su mujer en ese enorme cementerio. Cubrió la lápida con todas las flores que habían quedado en el humilde puesto de su difunta esposa. Luego de ese episodio, al viudo nunca más se lo volvió a ver…
Vecinos y algunos trabajadores del barrio aseveran que han visto pasar un tren. A decir verdad un tren muy extraño sobre las vías de la línea Urquiza, fuera del esquema del recorrido habitual. Pudieron observar pasajeros sentados y algunos juran haber visto a la difunta que trabajaba en el puesto de flores de la zona, y que su viudo la esperaba sentado en uno de los asientos de la estación.
Cuenta la leyenda que ese tren pasa cada día a las tres cuarenta y cuatro de la tarde, justo la hora en que sucedió la tragedia. El esquema habitual dice que el tren tendría que pasar diez minutos mas tarde, pero por alguna cuestión extraña este se adelanta siempre.
Muchos dicen que en ese tren viajan aquellos difuntos que aún tenían cuentas que saldar o asuntos pendientes que dejaron antes de morir. Como el caso de la florista que nunca más pudo ver a su marido. Cual sala de espera, los vagones del tren se convierten así en fieles testigos de aquel destino que nunca llegó…
(By Brian y Sol)
Te conviene sacar pasaje sólo de ida.